martes, 6 de septiembre de 2016



SANTA TERESITA DEL NIÑO JESUS…  «UN HURACÁN DE GLORIA»

"Lo que me impulsa a ir al Cielo es el pensamiento
de poder encender en amor de Dios una multitud
de almas que le alabarán eternamente”.
Santa teresita del Niño Jesús

Teresa Martin conocida luego como Santa Teresita del Niño Jesús, nació en la ciudad francesa de Alençon, en el año de 1873. Hija de padres cristianos ejemplares. Ingresa en el Convento de las Carmelitas Descalzas en el Carmelo cuando tenía 15 años de edad (siendo la novicia más joven de la congregación) tras pedírselo al mismo Sumo Pontífice León XIII quien le anima éste con estas palabras: “Entraras si es la voluntad de Dios”, este encuentro se realizó cuando estuvo la joven en una peregrinación a la ciudad del Vaticano en Roma.

Teresita nunca figuró ni resaltó en vida entre sus hermanas de comunidad. Siguió el reglamento de la congregación y la de Dios “haced como niños…” y con esa actitud lo amó y lo adoró. Trabajó espiritualmente para estar con él en la palabra, la oración y en la piedad. Confesando unos días antes de morirse: "Nunca he dado a Dios más que amor, y Él me pagará con amor”. En búsqueda de esa unión carnal y espiritual con su eterno amado escribía en la soledad de su celda, su diario: “Historia de un alma” dejándonos no sólo los recuerdos de la infancia y de la adolescencia, sino también el retrato de su alma y la descripción de sus experiencias más íntimas. Se propuso dejar a un lado la modernidad del siglo XIX compenetrándose como una monja  más del convento, sus hermanas veían en ella “una monjita oscura, vulgar, gris, débil de cuerpo y tísica en sus últimos años de su vida” (Melgar, 2002. Los santos del día). Pero todo esto no le impidió dedicarse a misionar 

 «Siempre he deseado, afirmó en su autobiografía Teresa de Lisieux, ser una santa, pero, por desgracia, siempre he constatado, cuando me he parangonado a los santos, que entre ellos y yo hay la misma diferencia que hay entre una montaña, cuya cima se pierde en el cielo, y el grano de arena pisoteado por los pies de los que pasan. En vez de desanimarme, me he dicho: el buen Dios no puede inspirar deseos irrealizables, por eso puedo, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad; llegar a ser más grande me es imposible, he de soportarme tal y como soy, con todas mis imperfecciones; sin embargo, quiero buscar el medio de ir al Cielo por un camino bien derecho, muy breve, un pequeño camino completamente nuevo. Quisiera yo también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección».

Murió a las 24 años de edad en 1897, y en 1925 el Papa Pío XI la canonizó, y la proclamaría después patrona universal de las misiones. La llamó «la estrella de mi pontificado», y definió como «un huracán de gloria» el movimiento universal de afecto y devoción que acompañó a esta joven carmelita. Proclamada "Doctora de la Iglesia" por el Papa Juan Pablo II el 19 de Octubre de 1997 (Día de las misiones)

Dr. Nohé Gonzalo Gilson Reaño.

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